XXIX Carta al destino. Fuensanta, 12 de Julio, 2020

Estimado Señor Eddie,
Buenas noches, o más bien buenos días. Me encuentro ahora mismo en el pueblo, en compañía de mi prima María pequeña. Sentado en el salón con la puerta del patio abierta, esperando para recibir los primeros rayos del Sol.

Hoy ha sido un día de esos que van marcados en el calendario, hacía más de 6 años que no veía a tantas personas de mi familia. Esta mañana comía con la parte materna en Alcalá del Júcar, y a la noche celebrábamos en el pueblo la tradicional cena de primos hermanos por parte de paterna, esta vez en el corral de la casa de los abuelos.

Las velas de la cena todavía encendidas, tintinean con el aire, y el pábilo poco a poco va perdiendo intensidad. El corral vive los recuerdos de una pequeña fiesta familiar, mientras todos los asistentes van ya por el tercer o cuarto sueño. Farolillos encendidos, sillas por todas partes y de todas formas, y la Luna testigo de las batallas y anécdotas que han amenizado la noche.

¿Sabe una cosa Sr Eddie? Ambos encuentros han tenido una conversación común, los abuelos, nuestras raíces, la historia de dónde venimos.

Por la mañana recordábamos al abuelo Juan  trabajando en la portería del pasaje de Gabriel Lodares de Albacete, o un viaje anterior que hicimos también a Alcalá del Júcar hace ahora 24 años.
En la cena, queríamos ver de nuevo a los abuelos pelando almendras en el porche del corral, entre dos espuertas y un montón de cáscaras verdes y aterciopeladas a su alrededor. La abuela con su delantal de cuadros blancos y azules, el abuelo con boina y bastón desde primera hora de la mañana…

Somos el recuerdo vivo de una generación pasada. Por nuestras venas corre su sangre, hemos heredado sus ojos, su pelo, las manos grandes o incluso su carácter. Todo sigue.

Parece ironía señor Eddie, cuanto más débil se encuentran las velas, más intenso llega el amanecer. Oigo los pajaricos cantar en el tejado, los aspersores del campo ya han comenzado a regar, los gallos de los corrales del barrio van anunciando el nuevo día, y la luz ya me deja ver las puertas del fondo del corral. Nunca la tristeza vencerá a la esperanza, pues la luz del día siempre vencerá a la oscuridad de la noche.

Marcho a la escalera del patio, para ver cómo se empiezan a despertar los campos manchegos que bordean la vega del río Júcar a su paso por la Mancha. No sé quién conseguirá que yo coja el sueño a estas horas, hoy la siesta no me la quitan, pero seguro que merecerá la pena. Hace años que no veo salir el Sol desde la escalera del patio, algo tan sencillo y a la vez tan majestuoso.

Quizás cuando baje las velas se hayan apagado completamente, es un ciclo, unos ojos se cierran en lo que otros comienzan a abrirse.

Esta casa siempre consigue ponerme nostálgico, miro hacia el patio y veo tantos momentos, tantos recuerdos: rollos de San Gregorio siendo anfitriones de la mesa en fiestas, vecinas de visita al llegar el verano, niños jugando en el corral, los jabones de la abuela secándose, las latas de conserva como macetas colgadas en la pared a rebosar de rojos claveles... me veo incluso a mi mismo de pequeño, metiendo en un bote transparente las hormigas que salían de los rincones de los ladrillos...

Aquí me despido Sr Eddie, que el Sol viene a prisa por el puente del Galapagar. Le envío estas humildes palabras de manos de Aurora, personificando al manecer, para que de una forma u otra, se las hagan llevar a la puerta de su morada.

Mis más cordiales saludos,

Manuel Candel


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